Poco a poco voy sumergiendo mis manos, en el mar de lágrimas que dejó tu partida, trato de agarrar con ellas los recuerdos que podrían llevarme a tu encuentro, me inclino para tomar del suelo los sueños caídos, pero me faltan fuerzas para levantar tanto peso yo solo, me siento rodeado de ellos y entiendo que ya no hay caso, que no tiene sentido seguir allí, intento ponerme de pie y es entonces cuando me entero de que mis pies se fueron, están lejos de mí, allá tan ajenos a mi deseo de moverme.
Recuerdo el último beso, aquel momento que jamás imaginé fuera el último, si tan sólo lo hubiese sospechado, me habría llenado de tu beso, me habría llenado de ti mi amor, sin miedo, sin dudas, sin medida, sería más tú que yo y así hoy no te extrañaría tanto, porque aunque el dolor de no tenerte sería igual de inmenso, estaría lleno de ti.
Siguen pasando los días y las noches, y sigo acompañado por la soledad de mi cuarto, imagino cada noche tu presencia para lograr dormir, pero que difícil resulta cuando al abrir los ojos no es tu aroma, ni tu voz, ni tu cuerpo, quien me despierta; tú conmigo y yo sin ti, desde ayer, desde hoy y para siempre, como el imbécil perdedor que se acostumbró a su derrota y olvidó el sabor de una victoria.
